miércoles, 31 de julio de 2013

De parte de Alex Turner

Antes de nada quisiera decir que musicalmente soy una persona muy ecléctica. O, hablando en plata, jodidamente friki. Soy capaz de darlo todo con Metallica, Tchaikovsky, Carole King, Vetusta Morla, Bela Bartók o Dudamel. Sin distinción, me da igual todo. Porque no existe la música clásica, no existe el rock, no existe eso que hemos dado en llamar "indie". Existen la música buena, y la música mala. Y ya. Lo que cae en la primera categoría, adelante: báilalo, cántalo en la ducha hasta que tu vecino intente hacerte callar a fuerza de escobazos contra el tabique, apréndetelo de memoria. Lo que cae en la segunda... Coge aire, cierra los oídos y piensa en otra cosa. La parte buena de las canciones horribles es que, como todo en la vida, terminan.

Todo esto viene a cuento de una canción que cae en la primera categoría y que me tiene totalmente obsesionada. Ahí la tenéis: Do I wanna know, de mis amados e idolatrados Arctic Monkeys.


Y ahora entremos en el meollo de la cuestión. Si escuchas esto y te sientes identificado, haz lo siguiente. Pon los pies en alto y sírvete un gin-tonic: te lo has ganado. Porque acabas de darte cuenta de que te has enamorado, y eso, amigo mío, hay que celebrarlo (de ahí el gin-tonic. Lo siento, tiendo a desconfiar de la gente que festeja los acontecimientos importantes de su vida con zumo de frutas). Vas a perder la cabeza, los nervios, la paciencia, vas a mandar a pastar todas aquellas veces que te dijiste "paso de moñadas", y a nada que tengas un poco de suerte vas a ser tan absurdamente feliz que no vas a encontrar modo de creértelo. Estás dispuesto a regalarle a alguien lo mejor que le puedes dar: a ti mismo. 
A todos los que hoy han leído esto y ahora mismo están buscando su botella de Larios, sólo puedo deciros una cosa. Os aplaudo

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